Cuando el amor llama a tu puerta

Ella abrió la puerta y se sorprendió al verle allí.

Él también se habría sorprendido de estar en su lugar. 

Podía encontrárselo cada mañana al salir de casa y pasar por el Ultramarino que estaba debajo del edificio en el que ella vivía. No en la puerta de su piso.

Poco conversaban cuando ella entraba en la tienda para abastecer su despensa con lo esencial.

Y desde el primer día en el que la vio; desde el primer instante en el que ella le sonrió, supo que nunca más podría pensar en otra mujer.

Le dejó ver una sonrisa sincera y cuando estuvo a punto de preguntarle qué hacía allí, él respiró profundo atrapando su mirada café.

–Hay mucho de ti que no sé –empezó a hablar–, pero una vez me dijiste que prefieres tomar té por las mañanas, café con leche al medio día y una manzanilla antes de irte a la cama. Te gusta quedarte en casa después de llegar del trabajo, quizá tomar una ducha, ver la televisión o leer un libro –ella sonrió divertida manteniéndole la mirada y dándole a él la seguridad para continuar. Estaba descubriendo algo nuevo de ella. Le gustaba leer–. Siempre vas con prisas por las mañanas, lo que me lleva a pensar que no eres persona de las mañanas, te gusta dormir y siempre vas tarde.

–¡Culpable! –Interrumpió ella y ambos rieron.

Él sintió su corazón vivo, bombeando con una fuerza que lo tenía desarmado. 

Ella lo desarmaba.

–Odias los productos light. Bebes más agua que yo al día y te gusta la Coca-Cola de lata porque seguro crees, como yo, que tiene más gas –ella asintió con gracia–. Te cuidas, aunque nunca te he visto corriendo o haciendo ejercicios fuera de casa. Siempre vas en tacones, así que dudo que vayas a algún gimnasio. Quizá eres una de esas chicas que no se preocupan por sus curvas; que, cariño, si me permites acotarlo, yo estaría encantado de recorrerlas todas, porque tu cuerpo es perfecto a mis ojos.

Ella se sonrojó, haciéndole tomar a él una nota mental de producir ese rubor en ella más seguido porque lo consideró adorable.

–Siempre vas con un periódico en las manos, ahora me confirmaste que lees, así que estoy seguro de que podría tener una conversación contigo de cualquier tema y hasta podría asegurar que, por la forma en la que me estás viendo, podríamos debatir maravillosamente cuando no estemos de acuerdo en algo. La gente le teme a los debates en las parejas, pero sería genial debatir contigo y siempre llevarte la contraria porque eso me llevaría a terminar la conversación dándote un beso que nos acerque al siguiente nivel y…

Se detuvo antes de decir alguna imprudencia porque solo con pensar en sus labios ya quería avanzar a todos los niveles posibles con ella; que aún le sonreía, no le había dado un portazo y no le interrumpía. 

Era mejor no tentar a la suerte y continuar para lanzar la última parte, la que estuvo practicando frente al espejo durante algunas semanas en las que no se sentía con la valentía de dar el paso que ahora daba porque no tenía experiencia siendo rechazado por una chica.

Además, odiaba pensar que empezaría a coleccionar experiencias de esas justo con ella.

Respiró profundo y continuó:

–Y siempre estás sola. Como yo. Aunque yo casi siempre he sido así. Tú no, puedo asegurar que dejaste de rodearte de gente por falta de tiempo o porque simplemente nadie entiende tus sueños –la mirada de ella cambió para dejarle ver que estaba conmovida–. Estás refugiada en tu soledad porque crees que el éxito y el amor no son compatibles, pero si me lo permites –la observó con picardía–, yo podría ser ese hombre que seguro esperas que, un día, llame a tu puerta y te diga que le gustas como nunca antes le gustó una mujer y que estaría dispuesto a enseñarte que vas a seguir luchando por tus sueños, pero con más gusto porque me vas a tener a tu lado… –ella le dejó ver un brillo en la mirada, lo estaba consiguiendo, no podía creérselo. Hizo una pausa buscando de nuevo concentración, sonrió de lado con nerviosismo–: Como te decía, me vas a tener a tu lado conquistándote cada día, haciéndote reír cuando tengas un día de mierda en la oficina –ambos sonrieron–. Créeme que, dirigiendo el Ultramarino, tengo material para sacarle sonrisas hasta al más amargado del mundo.

Hicieron una pausa.

Él la vio con intensidad y ella se lo permitió.

–Te besaría cada noche, cada mañana y, bueno, llegados ya a este punto, tengo que confesar que me aprendería de memoria cada centímetro de tu cuerpo, comprendiendo qué te enloquece, grabando en mi mente el olor de tu piel para poder reconocerte si alguna vez no puedo verte…  

–Bésame –le pidió ella en un susurro sin dejar de verle a los ojos que ahora brillaban enrojecidos.

Él sonrió complacido, emocionado, feliz.

La besaría.

¡Oh, sí que la besaría!

Hasta el último día de sus vidas la besaría.