Destino fugaz

El destino baraja y nosotros jugamos

(Arthur Schopenhauer)

Te vislumbré entre aquella oscuridad, llena de gente y música ensornecedora. Aquel espacio lleno de almas solitarias a la busca de un refugio de sábado noche. Nos escondíamos en el alcohol y en lo que pensabábamos que era diversión. Y entre todos ellos, estabas tú. Como yo… A la espera de no sé qué. Posiblemente, de sentirnos menos solos. El que alguien nos sorprendiera como, de hecho, así sucedió. Podíamos ni siquiera habernos visto. Demasiadas personas a nuestro alrededor. Éramos dos más, insignificantes, entre aquella multitud. Y, sin embargo, ocurrió. Nos miramos. Y advertí tu sonrisa a medias. Solo con la boca. Idéntica a la mía. Porque mis ojos hacía ya mucho que no mostraban felicidad alguna. Y los tuyos también denotaban cierta tristeza. La melancolía de los artistas, tal vez…

Y sucumbí como mujer.

Volví a casa con tu aroma impregnado en cada poro de mi piel. Con el gusto de tu cuerpo aún en mi boca. Quería conservarlo conmigo, que no se me fuera a escapar, como era ya la desdibujada silueta de tu rostro. Deseaba retenerte dentro de mí, como en esos escasos momentos antes.

Necesitaba mantenerte cerca. Que no se me disolviera, que no se diluyese tu olor, tu sabor… Era lo único tuyo que iba a quedarme ahora. Con la angustia inicial que desvelaba la incertidumbre de no saber si íbamos a encontrarnos de nuevo.

Había sido libre y feliz a tu lado. Cosas que hacía una eternidad que no sentía. Descubrirte fue un milagro que aún hoy dudo si merezco.

¿Fue el destino? Ya no sé qué pensar… Ese destino que juega con los amantes. Que realiza guiños grotescos, que nos maneja a su antojo como si de vil marionetas se tratasen nuestras almas. Y aun así, el azar o lo que quiera que fuese, te puso en mi camino.

Y volvieron los momentos de pasión, de locura, de desenfreno. Una y otra vez, hasta terminar extenuados, cuerpo con cuerpo. Los besos y las caricias clandestinas. Los sólidos abrazos, como si no fuésemos a separarnos jamás.

El tiempo debería detenerse en cada uno de nuestros reencuentros, antes de que me volatilice. De que vuelva a hundirme en el pozo de la ceguera en que me encontraba antes de conocerte, de explorarte, de sentirte, de disfrutarte.

No quiero ser un borroso recuerdo en tu memoria. No deseo volver a hallarme ante la nada. 

No me puedo permitir morir en vida sin ti…