Desvelo

En ocasiones, cuando me despierto sobresaltado en medio de la noche, creo que estás a mi lado. Es algo fugaz. Suele ser debido al roce de la almohada o a los pliegues de las sábanas. Entonces, siento el denso peso de la soledad a mi lado. Intento conciliar el sueño, poner la mente en blanco, escuchar el silencio de las estrellas. La soledad, sí, es una compañera silenciosa, pero su presencia es abrumadora.

 Dicen que puedes dormir acompañado o solo. Pero es mentira. Nunca duermes solo del todo. Cuando eso sucede es porque has renunciado voluntariamente a la compañía de la persona amante o amada, o bien te resignas si es la otra persona quien necesita no tenerte. Pero la propia soledad sustituye a esa persona, con una presencia espesa y a ratos absorbente. Tu nueva amante no roza tu cuerpo, pero lo abraza intangiblemente, lo cubre y lo aísla del exterior. A veces te sientes protegido, allí dentro, y te acostumbras hasta evadir cualquier pensamiento que sea incompatible con ella. 

Hay días en los que la soledad compañera también embarga en exceso, te invade y te impide sentirte realmente en paz. El eco de los pensamientos recorre la mente, como el sonido de una pelota contra el frontón se desplaza en la distancia, a través del viento. 

Hoy es una de esas noches en las que la soledad me despertó. Te busqué en un breve instante y no te encontré. Traté de regresar a mi sueño, ella no me dejó. Intenté que, al menos, permaneciera en silencio. Fue en vano. Me susurró recuerdos de tu presencia junto a mí en la oscuridad de tu cama. Fue muy precisa, porque me insistió solo en ti. Me recordó mi cuerpo encajado en tus caderas, mi pecho contra tu espalda, mi sexo contra las laderas de tus nalgas. Me trajo la brisa de tu cuerpo girando hacia mí, para variar la posición, hasta enfrentar tu rostro con el mío. El calor de tu aliento sobre mi piel, los brazos entrelazados, mi nariz enroscada en tu cuello, tu cabeza apoyada en mi brazo a modo de almohada. El sudor compartido, el olor común de las pieles unidas, mi mano en tu regazo y tu mano abrazando mi sexo. Los latidos de los corazones tratando de bombear al mismo tiempo, la coordinación de nuestras respiraciones. El recuerdo de una veleidad: al amanecer, si nuestras almas trepaban juntas, sin planes preconcebidos, sin prisas, sin quehaceres, sin llegar tarde a ningún lugar, quizá haríamos el amor y luego volveríamos a quedarnos dormidos entre las sábanas sudadas. 

La pasada noche la soledad quería recordarme que, algunas veces, ella también necesita un respiro, alejarse y descansar.