El módulo

Aparco el Corsa cerca de la puerta principal. Llueve como si no hubiera un mañana, como si el cielo quisiera hundir el edificio que tengo frente a mi, como si el tiempo ya no contase para ellos. El centro penitenciario de Texeiro se encuentra a unos veinticuatro kilómetros de Betanzos, una de tantas ciudades castigadas por el tráfico y consumo de drogas durante los años ochenta. La heroína fue la protagonista durante aquella época y vuelve a despuntar ahora, veintitantos años después.

Delante de la entrada, el agua salpica mis botas de campo, acostumbradas a pisar grandes extensiones de bosque en busca de reportajes más relacionados con la naturaleza. Pero nunca la humana. 

Hoy, afronto un reto distinto con una pregunta que revolotea bajo mi gorra de piel.

Camino con torpeza hacia el interior del recinto para entrevistarme con mi protagonista, víctima o verdugo, aún no lo sé. Como tampoco sé es que sostenía entre sus dedos cuando los vi en la televisión. Ocurrió hace un par de meses. Acudía a unas jornadas sobre criminología y mujer en Madrid, trasladado desde la Coruña cuando en la televisión apareció la noticia sobre el módulo Nelson Mandela de esta no denominada cárcel. Y es que las cosas cambian de nombre, pero es difícil que modifiquen su estructura. Aunque mientras devoraba una ensalada de champiñones con queso de cabra, que estaba muy equivocado.

¿Qué tienen entre los dedos?

Durante el reportaje y demás entrevistas conocí a Anxo, un chaval que ahora ya no lo era tanto. En la tele se le veía cansado, con la piel raspada por el viento del castigo social, las manos agrietadas de levantar los cadáveres de sus amigos muertos por la heroína y la mirada perdida en la culpa de encontrarse, quizás, en el lugar equivocado. Él nunca aspiró más que el aire limpio y verde de su Galicia natal pero aquella noche de abril le trincaron junto al Jeta y al Charrulo, metiendo en el mismo saco las consecuencias de un robo con violencia en una farmacia de Sada. Anxo mantuvo su inocencia diciendo que llevó a los colegas al Club Nautico porque así se lo pidieron, que no sabía de sus intenciones y que, de haberlo tan solo escuchado de refilón, les habría mandado a la mierda. Pero lejos de librarse con dicha confesión, le cayó parte de la pena. Y allí estaba, frente a la cámara, comentando que el secreto del módulo Nelson Mandela es estar trabajando mañana y tarde, que pueden incluso ganar algo de dinero con ello y sacarse unos estudios. Anxo se conforma con sacarse la ESO, fíjate.

Mientras miraba al frente, continuaba sosteniendo algo entre los dedos. La cámara lo enfocaba de vez en cuando y yo dejé de comer. Imágenes de los talleres, de las celdas abiertas y los presos que acuden a este módulo voluntariamente, vestidos con ropa de calle. Delante de mi segundo plato que ni probé pude observar que aquellos hombres se convertían en algo más que vecinos de celda. 

Segundo entrevistado. A ese le conoceré hoy y vuelve a tener algo entre los dedos ¿Qué coño es eso? Ah… espera… 

Estoy en la puerta principal. Llueve. Llueve mucho y mis botas empiezan a calar. Siento el frio colarse entre las costuras y comienzo a temblar. Pero no sé si es por mis pies ya empapados o por encontrarme la realidad de aquello que sostenían en las manos.

Al igual que el cielo, Anxo y los demás entrevistados, lloraban. Lloraban en silencio, sin dejar de hablar sobre su pronta libertad. Y eso es lo que sostenían en las manos: un pañuelo con el que secarse y mover los dedos apretando sus sueños.