El pastel de chocolate

Parece que el mundo hubiera mutado su espectro de colores por sabores alcaloides. El aire y las palabras parecen desvanecerse de mi mente junto con los pensamientos. Creo que no puedo hablar. Las palabras, físicamente, no me salen de la boca. Tengo euforia y miedo todo el tiempo. 

El desquiciante traca-traca del martillo neumático de las obras abajo en la calle me avisa de que ya son las ocho y media. La palabra mierda aparece en mi mente clara y prístina produciendo eco como si mi cráneo estuviera vacío.

Abandono el mullido confort de mi cama en dirección de la cocina. Abro el frigorífico, el pastel de chocolate con coulis de fresas ha desaparecido. No puede haberlo comido nadie porque vivo solo. A lo mejor tengo esquizofrenia y lo devoré sin saberlo, espero que no. 

Salgo a la calle hacia mi trabajo y todo se ha transformado, la gente es dulce con los demás, los perros no ladran a tu paso, el humo de los coches huele a miel. Definitivamente tengo esquizofrenia, esto no puede estar pasando. 

Llego a mi trabajo y mi jefe me da los buenos días con una sonrisa en la boca y me pregunta amable por mi vida. Mi compañero me trae un activador café.

—Este lo pago yo. 

La sorpresa me abre los ojos como si hubiera visto un milagro. Mi compañero nunca había mostrado un atisbo de generosidad. Esto no puede estar pasando. 

Termino de comer y pido de postre un pastel como el desaparecido, no puedo pasar sin esa delicia por mi boca. El camarero se escandaliza y llama al encargado, un hombre rollizo y con un fino mostacho sobre el labio. 

—Está usted loco, señor. Le ruego que pague y se marche —inclina la cabeza y me señala la puerta con su dedo índice. Desconcertado, pago y me voy. 

Las calles están limpias, el cielo cambia a un color rosa brillante y fluctuante, una bella mujer ojos azul celeste me sonríe, siento que mi cuerpo se refresca. 

Esto no puede estar pasando.

En mi casa nada ha cambiado, el mismo desorden y el pastel que no está en la nevera. 

Enciendo la televisión y por ella solo aparecen imágenes de armonía y buenas noticias. Esto no puede estar pasando. 

Desesperado cambio de canal buscando algo cruento que cerciore mi salud mental, encuentro la presentación del discurso del Presidente del Gobierno. Saber que todavía existen los políticos me reconforta como un bálsamo, un claro síntoma de penosa y ramera realidad. Aliviado, exhalo aire y me dispongo a purgarme el cerebro con su perorata oficial. Tras el atril presidencial aparece mi pastel de chocolate con coulis de fresas dirigiéndose a la nación que le ha votado. Su discurso, ameno y divertido como el de un cómico, anuncia cambios a mejor y prosperidad para todos.

Esto no puede estar pasando.