El sueño del impostor

Desde que había llegado el impostor, todos éramos felices en casa. Mi madre ya no lloraba. Mi padre no bebía. El impostor nos convenció a todos. Incluso a mí.

Porque yo sabía que él no era él. Pero intentaba olvidarlo. El impostor había llegado un día a casa rescatado del río como si nunca hubiera habido un cadáver en el agua tumefacta. Pero yo había visto el cuerpo de mi hermano devuelto por las aguas a los tres meses de la tragedia y sabía que el desconocido rubio no era mi hermano, sino un impostor.

Sin embargo, nadie deseaba más que yo que no lo fuera. Si había alguien que no podía vivir sin mi hermano era yo. Espiaba los gestos del hombre cansado que los hospitales nos habían devuelto y era y no era mi hermano.

Mi madre también lo sabía, pero el dolor era demasiado insoportable y cualquier droga que lo mitigase era agradecida, aunque fuese como el opio: que no evita el final de un cáncer, lo acelera. Siempre queda la duda y ésta puede ser hermosa. Yo acechaba sus gestos y también los gestos de mi madre.

Hacía ya un mes que una llamada había revolucionado la tristeza que habitábamos como si fuera una casa muy espaciosa. Había habido un error en la identificación y un milagro se había producido. El despojo que vino por el río henchido de líquenes no era nada nuestro. El nuestro, el primogénito, el hermano estaba en una casa de reposo para enfermos mentales y acababa de recuperar la memoria. 

Habían pasado muchos años y la historia era increíble. Pero la creímos. Y vimos llegar al hombre rubio que tenía en los ojos un poco de la antigua fiebre del hijo mayor de mi padre.

Si la alegría pudiese provocar infartos, aquel suceso hubiera acabado con el corazón de papá. Pero todos habíamos sido cortados en dos y vueltos a pegar con el pegamento de la indiferencia y ya nada podía rompernos el alma.

Así que vino el impostor y nos devolvió a la vida. Al resucitar al hermano muerto, resucitó también todo lo que había muerto en nosotros.

Yo creía que la sangre me iba a salir volando convertida en pompas de jabón de feria. Era tan feliz como los pájaros, aunque menos libre. No podía librarme de la inteligencia que me advertía de todos aquellos indicios extraños. La gente cambia, pero no cambia tanto.

En poco tiempo supe que el hermano recuperado no era mi hermano: no recordaba el escondite de mi lunar, el que heredé de todas mis abuelas, no soportaba la miel que antes amaba, tenía las manos llenas de venas negras que no eran como las nuestras… Yo dudaba y callaba. Todo el tiempo era una tregua interminable que me había dado a mí misma y a la verdad.

Miraba a mi padre, a mi madre, a los árboles del patio y todos preferían aquella hermosa mentira. Al fin y al cabo, todas y cada una de las noches desde el accidente, al tomarnos los valiums que nos servían de autopista hacia el sueño, cada uno de nosotros había soñado que él volvía. Al principio y antes de la escena de la morgue, soñábamos que regresaba entero, tal y como había sido. Más tarde, cuando no nos quedaban evidencias para la esperanza, soñábamos que no se había ido. Yo soñaba que salía de su tumba, fresco y sin mancillar, con su risa de guerrero.

La madrugada nos traía las heces amargas del sueño, el apretar los ojos contra las cuencas tristes, luchando con la luz que viene a traer la verdad, con los gallos que cantan para que él esté muerto de nuevo, con los ruidos que nos invaden trayéndonos lo inevitable desde la calle.

Y cuando ya no creíamos en el milagro, éste se produce. Qué importa que sus ojos hayan sido más azules o su pelo de un dorado más rojizo. Él ha vuelto y es todo lo que cuenta. Tanto tiempo soñándolo, nos hemos olvidado de dejarlo crecer, de dejarlo cambiar. Cinco años son muchos años para un adolescente que ya ha estado en un manicomio.

Entonces, ¿por qué ahora no consigo dormir y por qué cuando duermo ya no sueño, como si ahora todo el día fuera el sueño y yo viviera dentro de él? Es mi deseo el que lo ha hecho volver. Lo sé y, sin embargo, ¿cómo podría nunca explicar que fui yo quien pagó para que volviera, quien sobornó al muchacho para devolverles la vida a todos. A todos menos a mí?