La Gata Bruja

Para Carmen Victoria Yarnoz

En esto de lo sobrenatural pasa como en otras muchas cosas: aquí nadie cree pero…por si acaso… Los gatos no han tenido nunca este problema y mucho menos las gatas que son, como en la mayoría de las especies, bípedos incluidos, mucho más adelantadas. Es verdad que siempre hay alguna que deshonra el impecable mundo de las felinas, como la Gata Flora, de cuya ignominiosa cantinela no nos vamos a hacer eco aquí, pero son las menos de las veces y, como el mejor escribano, siempre hay alguien que echa un borrón. 

Cleopatra, rimbombante y egipcíaco nombre de esta en particular a la que nos referimos, tenía aún menos dudas. Acostumbrada como estaba a participar en los rituales de su dueña, a acompañarla en las largas noches de vigilias e invocaciones, ayudando siempre a alguien a recuperar un amor, a encontrar un trabajo, a apaciguar un espíritu o, incluso en los días más duros de cierta banda armada, a localizar a algún secuestrado, no se sorprendía de estas cosas que se superponen en nuestro plano de existencia como velos o gasas muy finos que sólo algunos atisban a entrever. Bien es conocida la capacidad de los gatos para caminar entre mundos, en las sombras, a erizarse ante cosas supuestamente intangibles, a canalizar la energía electroestática, y a un sinfín de cuestiones no demostradas aún empíricamente pero que suceden, como los ciclos naturales bailan con las mareas y la luna desde hace miles de años. Por eso Cleopatra, que había agotado sus siete vidas mortales desde la primera en la que acompañase en su última noche a la faraona Ptolemaica de su mismo nombre, hasta esta última en la que cerraba el círculo, maulló sin ser oída con un rictus de ironía:

–Parece mentira, querida amita, que me llores y no veas que sigo aquí, contigo, cada noche. Bruja como tú, gatuna.