Magia

Fueron momentos felices, en los que con solo tocarnos paralizábamos el tiempo. La magia que nos rodeaba solo al intercambiar una mirada, una sonrisa o una caricia robada bajo la mesa. Ocultando a los demás nuestro amor, conteniéndolo de forma egoísta para no compartirlo con nadie, solo para ti y para mí. 

En cada encuentro furtivo provocábamos millones de temblores sísmicos. Los volcanes durmientes se despertaban cada vez que nuestros cuerpos desnudos se unían. La marea se agitaba fuerte cuando respirábamos bebíamos todo el amor que nos regalábamos.

Tú y yo éramos únicos. 

Tú y yo éramos héroes. 

Tú y yo éramos los Adán y Eva de nuestro nuevo mundo. 

Tú y yo éramos una hoja en blanco que pedía a gritos llenarse de colores. 

Tú y yo no podíamos respirar el uno sin el otro.  

Una llamada impulsiva resultaba en una colisión de cuerpos contra sábanas revueltas. Un simple mensaje en el móvil nos hacía dibujar una sonrisa permanente y pícara en nuestras caras. Un viaje que nos hacía volar cada vez más alto, sin ser conscientes de que no debíamos acercarnos al sol para evitar quemarnos. 

Ambición por conocernos el uno al otro, hablarnos sin palabras y ser conocedores de nuestros mayores placeres. El gusto de descubrirte, y el honor de que te desnudes en cuerpo y alma ante mí. Estar juntos, sin restricciones ni justificaciones. 

Lo teníamos todo, hasta que una brecha se formó entre nosotros impidiendo que la magia nos rodeara.    

¿Qué nos pasó? 

Mis abrazos dejaron de ser suficiente.  

Mis besos fueron perdiendo tu sabor. 

Mis ojos dejaron de descifrarte. 

Te perdí. Nos distanciamos. Nos perdimos.

Las advertencias ajenas que no escuchamos, las que decían por experiencia que el amor había que degustarlo poco a poco, sin prisas, sin acercarse tanto al sol. No hicimos caso, nos dejamos llevar, ahogamos nuestro amor al ver que todo nuestro entorno se desmoronaba. 

Acabó de la misma forma que empezó: a escondidas y disimulando. Un secreto que mantendrá oculta nuestra magia, volviendo a actuar de forma egoísta para quedarnos todo el dolor que nos produce. 

Ya no te veo. 

Ya no te beso. 

Ya no te acaricio. 

Duele. Pero más duele el saber que vivimos algo único y que, más pronto que tarde, veré nuestra magia en manos de otra persona. Y no podré decir que fui dueño de esa brujería alguna vez; que me hechizaste con las mismas formas, movimientos y palabras que usarás en el futuro. 

Antes hablaba de magia porque eras eso: puro encanto. Pero ahora creo que eres más una maldición que me recuerda, cada vez que te veo, que vivimos algo inigualable, que por mucho que suplique en mis entrañas, jamás se volverá a repetir. 

Tú y yo hemos privado al mundo de nosotros.  

El castigo por enterrar el amor con ignorancia nos llegará en el momento más inesperado: con nuestro recuerdo intacto en la memoria, pensando en qué habría sido de nosotros si hubiéramos seguido juntos. 

Lo pensamos. Lo meditamos. 

Lo hablamos: la perdición de los demás. 

Tú y yo, a solas, un tiempo después de haber sido magos forasteros sin hogar, sentimos que volvíamos a ser aquellos que se derretían por el contacto del otro.

Tú y yo, volviendo a saborearnos. 

Tú y yo, volviendo a hacer magia entre las sábanas. 

Tú y yo, de nuevo, siendo los mismos, pero más sabios. 

Entonces lo comprendí. Entendí el motivo de que fuéramos imposibles: vivíamos un amor abrasador, de los que te hacen daño, un amor que ni nosotros mismos entendíamos y que fue el detonante de que la magia se nos escurriera de las manos. 

Nuestro amor era intenso. Nos amábamos con fuerza. Tanta era su magnitud que provocábamos inestabilidad a nuestro mundo, que destruiríamos con nuestra unión todo lo que nos rodeaba, todo lo que también anhelábamos en nuestra vida. Éramos egoístas por emborracharnos solos de nuestro amor, pero no podíamos serlo con la destrucción de todo lo que nos rodeaba. 

Lo nuestro fue bonito. 

Lo nuestro fue mágico. 

Lo nuestro fue verdadero. 

Lo nuestro quedará en nuestra memoria por siempre, destrozando nuestra alma para salvar todo lo demás. 

Nuestra separación es la brecha que mantiene en equilibrio todo nuestro mundo.