Miedo

No es más que una herramienta primitiva. Nuestro cuerpo se activa, la sangre acelera su ritmo, la adrenalina llena hasta la punta de nuestros dedos fríos y los músculos, en tensión, se preparan para huir lejos del depredador que va a darnos caza.

Miedo como forma de supervivencia. Miedo como combustible para convertirnos en superhumanos que seguirán vivos mañana.

Pero han pasado veinte mil años, y los depredadores han cambiado. Ya no somos los mismos seres primitivos que cazaban y eran cazados a diario, nuestros miedos son otros ya. Lo que somos ha ido más rápido que el cuerpo que habitamos, y aunque no haya una amenaza tangible frente a nosotros, la inventamos, y la sangre se sigue activando, la adrenalina acumulando, la angustia llama a la torpeza, y cada vez que te beso en la escalera y nos despedimos un sentimiento oscuro y terrible me engancha desde dentro y me hace temer que puedas no volver.

El miedo ya no me da la vida, ahora me la quita. El miedo ya no es supervivencia, ahora me paraliza. El miedo me hace pequeña, y me limita, y me controla y me ridiculiza ante la mirada de todos.

El miedo se ha vuelto la herramienta que me mata cada día. Que me dice “esta decisión cambiará todo a peor”. “Cualquier otro es mejor que tú”. “Vas a destruirlo todo”. Habla sin cesar, en un monólogo constante en el que somos el interlocutor pasivo, que se agarra los codos, se agacha para no ser visto, se protege cada vez más y se desata cada vez menos.

Y la seguridad de una cama limpia y cálida le parece a nuestro cuerpo una amenaza inminente. Las calles que hemos recorrido cada día durante meses, una montaña imposible de escalar. Esa persona a la que saludamos con una sonrisa, alguien de quien protegernos. En casa, la tranquilidad se convierte en diez mil monstruos, en diez mil sombras, que llegan sin avisar y arrasan con todo. La imaginación vuela, y el olor de tu piel duele porque sé que es finito.

Porque sé que no somos indestructibles.

¿Son igual de efímeros y frágiles los demás? ¿Y tienen tanto miedo como yo?

Sin embargo, a veces no me ve. A veces escapo, y no me sabe encontrar. Cada vez que echo a andar, sin mirar atrás, cada vez que tomo un camino desconocido, soy libre. Porque no sé qué me depara el camino, y como no lo sé, no tengo miedo de perderlo. 

Quiero aprender a convivir con este miedo. Quiero conocerlo, quiero saber vencerlo. Quiero recorrer cien lugares a tu lado, y luego cien más. Quiero ser más grande que la mujer insignificante que se mueve con pasos pequeños y que imagina cada día mil maneras de que todo acabe mal. Quiero agarrarme con fuerza a lo que sé que me salva.

Porque el miedo solo destruye si no lo destruyes primero.