Showrunner o El audímetro que nos salvó

Era sencillísimo, pero vaya si tardamos en darnos cuenta. Y mira que teníamos la respuesta enfrente, en aquella pantalla que estuvo durante tantos años delante de nuestras narices… 

Todo comenzó cuando una conocida plataforma de streaming se llenó de realities, de esos que ya plagaban la televisión en abierto como chinches en una sábana de motel. «Queremos ofrecer contenido variado a nuestro público, que es muy diverso», se excusó su CEO. Lo variopinto era un eufemismo, por supuesto. El big data era bastante más sincero y avisaba que los telespectadores teníamos un apetito insaciable e inconfeso por lo las miserias humanas. 

Así pues, al menú de realities se sumaron los documentales amarillistas, los programas sobre dietas milagrosas, las teorías conspiranoicas sobre la Atlántida e incontables series y películas de vergüenza ajena y propia. La plataforma se limitaba a seguir a pie juntillas nuestro dictado.

Gracias a esto, la ficción siempre rezagada en cuanto a inverosimilitud comenzaba a pisarle a los talones a la realidad y a su parrilla de contenidos bien consolidada: al informativo que habla de la última crisis migratoria, a la sección meteorológica que avisa de la ola de calor, al debate entre populistas de todos los colores y nacionalidades, zurdos y diestros, al rey que se dirige a sus súbditos para avisarles de una pandemia y al presidente que habla a su nación para advertirle de recortes, pues se avecina una nueva crisis. A esto, la ficción respondía: «Encerremos a famosos en un zoo para reírnos de cómo limpian las cacotas de los animales».

Entonces, alguien tuiteó: «Pues si no queremos telebasura, dejemos de verla». Y otra lumbrera respondió: «Si no queremos malas noticias, dejemos de ver los informativos». No tardó en llegar el tuit de oro: «Dile al showrunner del mundo real que esta última temporada es una mierda. ¡Basta ya de dramones! ¿Dónde quedó la comedia? #ShowrunnerVeteYA».

Por supuesto, nadie creía que realmente hubiera un showrunner invocando tragedias sobre nosotros a lo Matrix para mantener nuestro engagement. Pero, sin duda, hubo algo de «huída hacia adelante» al estilo de El Show de Truman. El tuit resonó con la masa adormecida, se hizo viral y convenció a humanidad de dejar de regodearse en sus miserias, de pasar del telediario, del último peliculón y de cambiar para siempre el mundo de la ficción. Era imposible prever que, con nuestras historias, también cambiaría «nuestra historia»: la del libro de texto y de la Wikipedia, que comenzó a asistir incrédula a la construcción de un mundo menos insano.

El resto es historia. Al extirpar su necesidad de dramas, la humanidad se deshizo también del crimen, de lo sórdido y hasta de la contaminación. La guerra se quedó sin audiencia. Y el showrunner, si es que alguna vez hubo uno, se quedó sin nadie que le rezara por salvar a su personaje favorito, por rescatar esa trama romántica olvidada y por el reboot que nunca llegó.