Tiempo regalado

Me encuentro mirando la pantalla del ordenador, agradeciéndome a mí mismo la idea de montar un espacio para escribir en casa el verano pasado. Así no me romperé aún más el cuello. En la pantalla, las caras de los cinco amigos que hemos conseguido reunirnos, porque nuestras agendas siguen igual de apretadas a pesar del parón. La conversación vía Zoom –ya nos han advertido que la NASA desaconseja su uso, pero somos así de imprudentes– empieza con las dificultades técnicas de rigor, porque seremos muy millennials, pero aún se nos resisten cosillas. A través de la red me llega una representación fidedigna de lo que son mis amigos. Sin embargo, yo sé que es solo eso, una representación, por muchos megas simétricos que tenga la fibra óptica, sigue siendo un intento de realidad. No la realidad. 

–¿Cómo estáis? ¿Todos bien?

–Bueno…

–Sip.

–Llevándolo.

–Ñah.

Cada uno repasa las circunstancias personales que no nos ha dado tiempo de compartir en nuestro grupo en el que nos mandamos memes cada 20 minutos. Hemos establecido un organigrama de la comunicación en la que lo que se dice necesita de un canal determinado. Para el contacto más directo a nuestro alcance, este, se dejan las cosas importantes. Lo primero según la nueva ética de la comunicación es asegurarse de que estamos bien y nuestros familiares también. Un poco más adelante, hay tiempo para la situación actual. Una complicación de artículos de prensa, informaciones que nos llegan a través de conocidos o de nuestras empresas. No es más que una representación de la postura de cada uno respecto a la situación actual. Unos más negativos que otros, más alarmistas, más esperanzados y otros, directamente bloqueados. Llegado el momento, la situación actual nos aterra tanto que tenemos que dejar de hablar. Y entonces llega lo otro, el porvenir, el mañana representado ahora como el fin de la situación actual. Las cervezas que nos vamos a tomar, las discotecas a las que vamos a ir, cómo vamos a recuperar el tiempo perdido en la terraza que aún no he estrenado. 

–No me puedo creer que vaya a ser nuestra segunda crisis mundial. 

He vomitado estas palabras siendo consciente de que me prometí al empezar la conversación que no las pronunciaría. Me recuerdan que hay gente que lo está pasando peor que nosotros. No me alivia, no me reconforta. Las expectativas han ido menguando con los años. Si al principio todo era cambiar el mundo y llevarnos codazos en las manis, ahora es suficiente con pensar en sobrevivir. De tomar el cielo por asalto, a madrugar para que no haya cola en el Mercadona. Me reservo para mí estos comentarios. 

Un aviso en la pantalla me dice “el anfitrión de esta llamada amplía el plazo cuarenta minutos”. Cojo los cuarenta minutos que me da la vida y pienso en cómo usarlos una vez volvamos a vernos.