Una primera cita

–¿Te importa si pido luego? Estoy esperando a alguien –le digo al camarero.

Este asiente y se da la vuelta. Yo aprovecho para ponerme cómodo y saco el móvil del bolsillo de mi pantalón. Su último mensaje sigue siendo el mismo de hace diez minutos: «Llegaré un poco tarde, ya estoy de camino».

Dejo el móvil encima de la mesa metálica y vuelvo a tomar el libro. Le doy un par de vueltas sin saber muy bien qué hacer con él. Es la primera vez que miento para tener un cita y me siento patético.

Bueno, patético y también un poco lerdo.

Leo el título por enésima vez: La Odisea. ¿Querrá hablar del libro o solo que se lo devuelva?

Maldita sea, todavía no soy capaz de comprender lo que me ocurrió esa tarde.

Le doy la culpa a su magia, que me tiene cautivado desde el primer día. Es algo extraño que nunca antes me había pasado: noto cuando ella entra en clase, su risa me provoca cosquillas en la barriga y cuando nos rozamos por casualidad los pelos se me ponen de punta.

Y esa tarde… Esa tarde cancelaron la última clase y vi mi oportunidad. Le había pedido salir a tomar algo en más de una ocasión, pero siempre recibía una respuesta similar: «Me encantaría, pero hoy no puedo, entre las clases y el trabajo en la librería apenas tengo tiempo».

Esperé en el pasillo a que saliera cargada con su mochila, que siempre lleva llena de apuntes, libros y bolígrafos de colores. Esperé un poco más a que se despidiera de algunas de sus amigas y, cuando con una sonrisa me hizo un leve gesto de despedida, la detuve.

–Tengo una propuesta irresistible para ti –el primer fallo que cometí fue la distancia. Me acerqué demasiado y su perfume empezó a colarse en mi sistema–. Tú y yo, un helado y una hora entera para repasar los apuntes de Laura.

Abrió los ojos como platos y me sentí muy satisfecho conmigo mismo. Laura nunca deja los apuntes a nadie y es la que mejor notas toma. Fue toda una hazaña conseguir una copia.

Dudó y se mordió el labio mientras pensaba la respuesta. Mi segundo fallo fue dar por hecho que mi plan era infalible.

–Suena muy bien, de verdad. Pero es que ya tengo una cita, lo siento –fue peor que recibir un cubo de agua helada–. Tengo una cita con él –añadió y sacó un libro de la cartera–. Estoy enganchada. ¿Lo has leído?

Y sí, ahí vino mi tercer e inexplicable fallo. Mi cerebro tuvo un lapsus o puede que simplemente estuviera desorientado debido a su magia.

–Me encanta ese libro –junté las palabras una detrás de la otra sin que fuera consciente de lo que estaba afirmando.

–¿De verdad? –Preguntó emocionada–. Mira, esta edición es especial, contiene unas ilustraciones… –Solo recuerdo que sus labios se movían con una sonrisa preciosa que iluminaba todo su rostro. No quería que dejara de hablar porque solo quería seguir oyendo su voz y respirando su perfume–. Toma, te lo dejo –me puso el libro en la mano–. Ya verás como las ilustraciones son impresionantes.

–¿No tenías una cita con él?

–Sí, continuaré con la edición de bolsillo que tengo en la residencia –tragué saliva y acepté el préstamo–. Si quieres… Podrías devolvérmelo el viernes después del trabajo… Termino a las ocho.

–Claro… Ningún problema.

–¡Genial! Pues hasta el viernes –empezó a alejarse, pero se dio la vuelta después de dar unos pasos–. ¡Y sin spoilers, que todavía no lo habré terminado!

Me quedé plantado en el pasillo, con el libro en la mano, confuso por lo que había pasado pero también esperanzado. Conseguí la cita.

Doy otra vuelta al ejemplar. No me gusta leer. Mierda, ni siquiera he intentado leer su libro. A ella le encanta, pero yo soy más de series y películas. Trabaja en una librería, siempre lleva libros encima y rechaza planes solo para leer. Creo que he metido la pata.

Un cosquilleo en la nuca me avisa. Levanto la vista y la veo. Parece cansada, pero a mí siempre me parece preciosa. Mientras se acerca a nuestra mesa, inspiro y dejo salir el aire poco a poco para tranquilizarme.

Ella toma asiento y me cuenta el jaleo que tuvieron en la librería a última hora. Después, comentamos los ejercicios que tenemos que presentar en la clase que coincidimos y noto que me voy relajando.

El camarero nos trae lo que hemos pedido y, sin apenas darme cuenta, el tiempo transcurre entre risas, bromas y una charla relajada.

Me gusta escuchar su voz, me gusta cómo relata con un entusiasmo exagerado la trama del último libro que terminó. También me gusta cuando me observa con atención cuando le cuento mis historias… Y sí, también me gusta cuando sorbe el café y se relame los labios.

Me gusta. Dios. Esta chica me gusta demasiado.

–¡Vaya, es muy tarde! –Dice después de consultar el móvil–. Me gustaría quedarme, pero mañana me toca madrugar.

–¡Espera! –La detengo antes de que se levante–. Tengo que contarte algo… –Carraspeo y toqueteo con los nudillos el libro. Quiero hacerlo bien, quiero que sepa que no me gusta leer–. Mira, el otro día…

–Ya lo sé –dice con una sonrisa–. Lo supe desde del primer momento. ¿Te han gustado las ilustraciones?

Noto que mis mejillas se calientan mientras doy un leve asentimiento.

–La del cíclope es extraordinaria –y lo digo de verdad. Las ilustraciones me las he mirado.

Su sonrisa se ensancha y noto que algo raro le pasa a mi corazón.

–Te he traído otro, también tiene dibujitos y eso… –Se saca otro libro de la cartera–. Si quieres, podrías devolvérmelo el viernes que viene…

–Claro, sí, perfecto… El viernes me va bien.

Se levanta, recoge La Odisea y se despide con un gesto cálido.

Tomo el ejemplar que ha dejado en la mesa y con una sonrisa bobalicona lo hago rodar entre mis dedos.

Lo ha vuelto hacer.

Tenemos una segunda cita.

Sacudo la cabeza. Me doy cuenta de que, en realidad, es ella quién controla la situación. No soy el cazador. Siempre he sido la presa y ahora no puedo estar más impaciente para seguir enredándome en su red.