Unidad del dolor

Soy una persona enferma. Me duele el estómago. Colon irritable. Quizá una úlcera. ¿Gastritis? No lo sé, no soy médico. Hace meses que no me dan pastillas para dormir porque tengo pesadillas. Pero la pesadilla es esta: sombras moviéndose de rodillas por el pasillo o arrastrándose por el comedor arrinconadas como fetos aterrorizados entre los muebles. Hace años que no dejo que entre nadie. Únicamente me visitan los animales muertos que cocino. Hablo con ellos. El contramuslo del pollo electrocutado. El hígado del cerdo mutilado. La ternera lechal blanca, rosácea, degollada nada más nacer, tan tierna y delicada. Me los como y rezo. Una vida corta para acabar cocinados, comidos y defecados. Por eso son mis compañeros y les amo como no he amado a ningún hombre o mujer en esta vida. 

Les amo como usted ama al director de banco que le va a quitar la casa o al político que le va a llevar a la guerra, a la quiebra técnica o a la tensión social. O al vendedor de comida rápida que mata a sus hijos, al escritor que remueve en su basura y después le mete ideas burdas en la cabeza. A los laboratorios farmacéuticos que crean nuevas enfermedades como el Zika, el Ébola, el COVID-19 o al presentador de televisión que cada tarde se mete en su casa y le cuenta historias de mierda, de gente de mierda, con vidas de mierda, mejor que la suya. Les quiero como usted adora al futbolista al que no le importa un carajo si le quiere o no o a los terroristas que quieren que vuele por los aires por infiel. Les amo como usted ama al emigrante al que le cierra la puerta de su casa y espera que le ame con la fuerza de un ciclón de la muerte. 

Cada mañana me encuentro un poco peor. He perdido más de cuarenta kilos. Antes la grasa abdominal me amenazaba con problemas cardiacos y diabetes tipo 2. El médico me advertía que no viviría más de 50 años. ¿Para qué coño querría vivir más de 50 años? Todo lo que no has visto a los 50 ya no lo vas a ver y supongo que sabrá que el tiempo de descuento hasta la tumba suele ser irritante y penoso. Hay gente que ama la vida sólo cuando está a punto de perderla. Perder la virginidad. Perder la vergüenza. Perder los estribos. Perder peso. Perder el tren. Perder el norte. Perder el contacto. Perder el tiempo. Perder las ganas. Perder el miedo. Perder la vida. Perder un bebé. Perder una casa. Perder el partido en el último segundo. Perder la razón por culpa de la belleza. Perder la ilusión por la pareja. Perder el respeto. Perderlo todo. Perder el dinero por culpa de los bancos. Otra vez tengo que hablar de dinero. Qué asco. ¿Con cuántos millones resolvería su vida? Porque claro, el dinero lo arregla todo. Nada me resulta más excitante que manchar de sangre los billetes. Mi sangre irá de mano en mano. Sangre mezclada con cocaína. El 94 por ciento de los billetes que circulan tienen restos de cocaína. En Alemania se deshacían los billetes, las drogan entraban en los poros del papel y se lo comían, como la carcoma. La cocaína es el mayor negocio del mundo y el más rentable. Sólo en Estados Unidos se necesitan ciento sesenta mil kilos de cocaína para saciar a sus veintidós millones de consumidores. 

Parecen aspiradoras industriales. Esa es la industria del futuro, donde deberíamos invertir todos. Los vicios son el futuro. Mi vicio es una ruina. A mí lo que me gusta es dormir. Eso no da dinero, salvo para los fabricantes de colchones y somieres. 

Cuando me muera seré́ el más feliz del mundo. Todo debería ser legal. Matar.
Dar una paliza de muerte debería estar permitido. Estoy harto de que todo esté prohibido. Hay una arbitrariedad insultante en lo que está prohibido y lo que no. De cada 10 gramos de coca, la Agencia Tributaria se quedaría con 6. Es Hacienda la que debería estar prohibida. Esa sí. Y la Seguridad Social. ¡Yo no quiero que mi dinero vaya a nadie! Mi dinero es mío. Los hospitales que se los pague cada uno. Y las carreteras. Y los putos parques. 

Yo no he pisado un parque en mi vida, joder. ¿Por qué tengo que pagar un parque que no he pisado? Luego se quejan de quien mete la mano en la caja.
Yo quiero mi dinero de los parques. De todos los parques construidos en mi país desde 1975 hasta hoy. ¡Toda la pasta! Miles de euros para mí y que cierren los parques y las pistas de baloncesto y las de fútbol y los pipican donde los perros se mean y cagan en mi dinero. Yo salí́ de mi vida buscando otra vida. Dejé de decir buenos días, ¿y su mujer? Dejé de abrir la puerta del ascensor. Su hija ha crecido mucho. Dejé de pagar impuestos. Dejé esa colección de piel, huesos y sangre enferma. Lea atentamente, se lo digo por su bien. A mí nadie vino a decirme una palabra. Nadie me guió como yo le guío. Soy como Jesús guiando a los hombres para que se sintieran como en casa.  Dios como forma de hablar. Dios para explicarlo todo. Ya sabe: ¡Así́ lo quiso Dios! 

Pero la única verdad se la diré́ ahora y gratis: soy mejor que usted. Más astuto, más sabio, más despierto. Por eso merezco más y me altero con las injusticias de este mundo.  Por los impostores: gente de mierda con ideas de mierda que siempre la cagan. Esos que ocupan puestos mejores que el mío y que el suyo. Vi a hombres y mujeres pasar por delante y escupirme la culpa a la cara. Puede que usted, lector, sea un impostor. Es posible que lo sea. Un incompetente. Un funcionario sin talento. Una basura emocional. Un tipo detestable. No me mire así́, se lo ruego. Vivo con 400 euros mensuales. ¿Cuánto gana usted? Lo ve, sé lo que está pensando. No es para nada diferente a los demás. Mintieron. Siempre mienten. Usted se cree mejor que yo, lo lleva escrito en la cara. Pero Dios, no Jesucristo Nuestro Señor, Salvador del Mundo, sino Dios como palabra, ese Dios es el que llevo en la sangre. El que me está matando y el que le matará a usted si no hace lo que le digo. 

De todos modos, no se altere, cuando esta noche al acostarse, le venga un olor a carne putrefacta. Seguro que viene del otro lado de la ventana. Invéntese una excusa para pensar que todo lo que ha leído era una broma, una mentira. Que usted no es como yo, que está libre de toda culpa.

Créalo.