Vuelta al libro

Me bombardean con la vuelta al cole y lo que me enloquece a mí es la vuelta al libro. A ese manuscrito que se ha pasado el verano medio abandonado en el portátil. Ese que he abierto unas cuantas veces con la sensación de que la inspiración se me perdió en algún punto entre la arena y las olas. Y empiezo a dudar. «¿Y si esto no le gusta a nadie?». «¿Realmente merece la pena dedicarle todo mi tiempo, toda mi alma, un otoño entero de desvelos?». «¿O me centro mejor en esa otra historia que ya me pide paso?».

Y empiezo cada mañana con el miedo al folio en blanco. Y escribo un par de frases, releo, borro, dudo, reescribo, reborro, me centro, me descentro, escribo, releo. Bucle infinito. Las frases me suenan oxidadas, como los músculos de quien ha retomado estos días el gimnasio. Tengo agujetas cerebrales. Y una tonelada de inspiración suplicándole a las palabras que empiecen a fluir, porque el verano se ha llevado con él las rutinas, pero me ha regalado atardeceres que se merecerían una novela por sí solos.

Protesto. Me quejo. Ojalá tener un trabajo mecánico que no dependa de la inspiración. Llamo a esas amigas escritoras que son red de seguridad y bálsamo a la inseguridad. Ellas también están oxidadas (mal de muchos, consuelo de autores). También sienten que lo que están escribiendo no cuaja. Cada novela es un mundo, pero las dudas son todas parecidas. E infinitas. O eso parece, hasta que alguien saca el tema.

—Sí, de acuerdo, cuesta coger el ritmo después de algún tiempo sin escribir, pero… ¿cambiaríais esta profesión por cualquier otra?

 —Ni por todo el trabajo mecánico del mundo.

Y vuelta al libro. Pero sonriendo.